10/24/2009

Adiós a Mamá (Reinaldo Arenas)


Agradecimiento especial a Beto, que me prestó el libro ;D

Mamá había muerto - dice Onelia entrando en la sala, donde nosotros, desesperados, aguardabamos nuestro turno de atender a la enferma. Ha muerto, repite ahora con voz remota y lenta. Todos la miramos asombrados, sin poder aún concebir tal hecho, con un estupor silencioso y reciente.
    Lentamente, en fila, nos encaminamos a la gran habitación donde está ella tendida, boca arriba; el largo cuerpo cubierto hasta el cuello por el monumental sobrecama que todos nosotros, bajo sus indicaciones precisas y su mirada orientadora, tejimos y le ofrecimos entusiasmados en su último cumpleaños... Está ahí, rígida, por primera vez inmóvil, sin mirarnos, sin hacernos la menor señal. Tiesa y pálida. Despacio nos acercamos los cuatro hasta la cama y nos quedamos de pie, contemplándola. Ofelia se inclina hasta su rostro. Odilia y Otilia, de rodillas, abrazan sus pies. Finalmente, Onelia, llegando hasta la ventana, se abandona al delirio. Yo me acerco aún más para contemplar su rostro absolutamente petrificado, sus labios apretados y extendidos; voy a pasar la mano por su cara, pero temo que su nariz, de tan afilada, me hiera... mamá, mamá, gritan ahora Otilia, Odilia, Onelia y Ofelia. Entre alaridos y sollozos giran incesantes a su alrededor a la vez que se golpean el pecho, la cara, se tiran de los cabellos, se presignan, se arrodillan vertiginosamente sin detener la ronda a la cual yo, sin poder contenerme, tambien aullando y flagelándome, me incorporo.
    Plenamente desesperados pasamos la tarde y la noche gimiendo alrededor de mamá. Y ahora, que ya amanece, que ya es de mañana, continuamos con nuestros estertores. A cada vuelta que le doy contemplo su rostro y me parece aún más largo y extraño. Así, cuando llega nuevamente la noche ( y no hemos cesado de girar, lamentándonos), casi no la reconozco. Algo como una mueca aterrorizada, adolorida y terrible (horrible) se ha ido apoderando de toda su cara. Miro a mis hermanas. Pero todas, imperturbables, contunúan llorando y dando vueltas junto al cadáver, sin haber percibido el cambio y sin señales de cansancio.
    Mamá, mamá, repiten infatigables, poseídas, como en otro mundo. Yo, mientras giro detrás de ellas - y anochece nuevamente- miro ahora para el rostro enegrecido... Mamá en el deshoje del maíz, ordenando los distintos trabajos, inundando la noche con el olor del café, repartiendo turrones de coco, prometiéndonos para mañana un viaje al pueblo: ¿es esto ahora? Mamá abrigándonos antes de apagar el quinqué, orinando de pie bajo la arboleda, en pleno aguacero entrando a caballo con un racimo de plátanos recién cortados, ¿es esto? Mamá desde el corredor, alta y almidonada, olorosa a yerbas, llamándonos para comer, ¿es esto? Mamá congregándonos para anunciarnos la llegada de la navidad, ¿esto? Mamá cortando el lechón, repartiendo las carnes, el vino, los dulces... ¿esto? mamá haciendo desde la cumbrera, la exclusa (todos mirando embelesados) y ya desplegando ante nosotros nueces, alicantes, yemas, dátiles... ¿es esto? ¿es ella eso que ahí, sobre la cama, en el centro -y ya amanece de nuevo- comienza a inflamarse, lanzando un vaho insoportable?
    Y mientras sigo girando junto a ella, pienso que es hora ya de que resolvamos enterrarla. Salgo del círculo y recostándome a la ventana cerrada, le hago una señal a mis hermanas.

    Ellas, sin dejar de gemir, me rodean. "tienes que sentirte", me dice Ofelia. "pero hay que seguir adelante. No puedes dejar que el dolor te domine, ella no te predonará esa debilidad..." "Vamos", me dice Odilia, tomándome una mano, "ven con nosotras". Otilia me toma la mano: "Ahora más que nunca tenemos que estar juntos con ella." Y ya estoy de nuevo en el círculo, gimiendo, golpeándome, con ellas, el pecho con als dos manos, y tapándome de vez en cuando la nariz... Así continuamos (y oscurece de nuevo); ellas, imperturbables, se detienen de tarde en tarde para posar sus labios sobre el rostro desfigurado de mamá, tomarle una de sus manos inflamadas o arreglarle el cabello, estirarle aún más el vestido, pulirle los zapatos y volverla a cubrir con el sobrecama monumental sobre la cual, ya incesante, planea un enjambre de moscas.
    Aprovechando precisamente la ceremonia del acicalamiento de mamá, me detengo junto a mis hermanas que, ensimismadas, otra vez la peinan, le atan el cordón de un zapato que la hinchazón había desabrochado, tratan de abotonarle la blusa que el pecho, ahora gigantesco, desabotona. Creo, les digo con voz baja mientras me inclino, que ya es hora de enterrarla.
    - ¡Enterrar a mamá!- me grita Ofelia, mientras Otilia, Odilia y Onelia me miran también indignadas- Pero como es posible que hayas podido concebir semejante atrocidad? ¡Enterrar a su madre!
    Las cuatro me miraban con tal furia que por momentos temo que se me abalancen -¡Ahora que está más cerca que nunca de nosotras. Ahora que podemos permanecer día y noche junto a ella! ¡Ahora que está más bella que nunca!
   -Pero ¿es que no sienten esa peste? y esas moscas...

- ¡Cállate, maldito! - me dice ahora Onelia, acercándose, escoltada por Otilia y Odilia.
-¿Peste? -dice Ofelia-.¿Cómo puedes decir que mamá, nuestra madre, apesta?
-¡Qué cosa es la peste?-me interroga Ofelia-.¿Sabes tú acaso que cosa es la peste?
No respondo.
   -Ven-girta nuevamente Ofelia-: no es más que un traidor. Ella, a quien se lo debemos todo. Gracias a la cual existimos. ¡Crminal!
-Nunca olió tan bien como ahora-dice Onelia, aspirando profundamente.
-¡Qué perfume, qué perfume!-Odilia y Otilia, extrasiadas-. Es maravilloso.
Todas aspiran profundamente mientras me miran amenazantes.
    Me acerco al cuerpo de mamá, alejo, por un momento, al entusiasmado enjambre de moscas que zumban furiosas, y aspiro tambien profundamente.

    El enjambre de moscas de cierne ahora sobre la boca de mamá. Boca que al cabo de una semana de muerta se abre ya desmesuradamente, al igual que sus ojos y las ventanas de su nariz, que sueltan un líquido gris. La lengua, que también ha adquirido proporciones descomunales, se asoma detenida por entre esa boca. -las moscas, caprichosamente han alzado el vuelo-. la frente y el cuello también se han inflamado considerablemente, de manera que el pelo parece encabritarse sobre ese territorio tenso que sigue expandiendose.
    Odila se hace y la contempla.
-¡Qué hermosa!
-Sí-digo
Todos, mientras la rodeamos, comenzamos a admirarla.
    Ha estallado. Su cara había seguido creciendo hasta ser una maravillosa bola, y ha reventado. Su vientre, que de tan alto hacía que el cubrecama rodase constantemente, también se ha abierto. Todo el pus acumulado en su cuerpo nos inunda, embragándonos. El excremento retenido también salta a borbotones. Los cinco respiramos extasiados. Cogidos de la mano giramos nuevamente a su alrededor y vemos cómo hilillos de humor y pus brotan de su nariz desmesurada, de la boca que se ha rajado en dos mitades. Y ahora el vientre, que al abrirse se ha convertido en un charco oscuro que no cesa de bullir, lanza también un vaho delicioso.
    Fascinados, nos acercamos todos para contemplar el espectáculo de mamá. La tripas, que siguen reventando, provocan una incesante pululación, el excremento, bañando sus puernas, que ahora también se estremecen por sucesivos estallidos, se mezcla con el perfume que exhala el líquido negruzco, anaranjado, verde, que sale a raudales por toda su piel. Sus pies, convertidos también en esferas tersas, revientan, bañando nuestros labios que ávidamente los besaban. Mamá, mamá, gritábamos girando a su alrededor, embrigados por las emanaciones que brotaban de su cuerpo en plena ebullición.
    En medio de esta apoteosis, Ofelia, resplandeciente, se detiene. Contempla por unos instantes a mamá. Sale de la habitación y ya regresa, empuñando el enorme cuchillo de mesa que solo mamá sabia ( y podía) manipular. "Ya sé", nos dice deteniendo nuestra ceremonia. "Ya sé." Finalmente pude descifrar su mensaje... "Mamá", dice ahora dándonos la espalda y avanzando. Odilia, Otilia y Onelia también se acercan y caen de rodillas junto a la cama, gimiendo muy bajo. Yo, de pie, me quedo junto a la ventana. Ofelia termina su discurso y avanza hasta quedar junto a mamá. Empuñando con las dos manos el enorme cuchillo, se lo entierra hasta el cabo del vientre, y cae, entre un trobellino de contracciones y pataleos, sobre el inmenso charco pululante que es ahora mamá. Los gemidos de Otilia, Odilia y Onelia se alzan rítmicamente hasta hacerse intolerables (para mi, que soy el único que los escucho).
    El maravilloso olor de los cuerpos podridos de mamá y Ofelia nos embriaga. Relucientes gusanos se agitan sobre ambas, por lo que constantemente permanecemos a su alrededor para ver los cambios que van disfrutando. Veo cómo el cuerpo de Ofelia, ya completamente carcomido, se confunde con el de mamá, formando una sola masa purulenta y oscura que perfuma todo el ambiente. También veo las miradas codiciosas que Odilia y Otilia le dirigen al promontorio. Algunas cucarachas se pasean por los huecos de ambos cádaveres. Ahora mismo, un ratón, tirando con fuerza del promontorio maravilloso ha cargado con un pedazo (¿De mamá? ¿De Ofelia?). Como alteradas por el mismo aviso, por una misma orden, Otilia y Odilia se lanzan sobre los restos, se apoderan -las dos al mismo tiempo- del cuchillo de mesa. Encima de mamá y Ofelia se desata una breve pero violenta batalla que espanta a los hermosísimos ratones y hace que las cucarachas se refugien en la parte más intricada del promontorio. Con un rápido tirón Odilia se apodera totalmente del cuchillo y con ambas manos comienza a introducírcelo en el pecho.
    Pero Orilia, liberada, le arrebata violentamente en arma "Desgraciada", le grita Odilia, poniéndose de pie sobre el promontorio, "así que querias irte con ella antes que yo... Le demostraré que le soy mucho más fiel que todos ustedes". Antes de que Odilia pueda impedírselo, se hunde el cuchillo en el pecho, cayendo sobre el promontorio. Pero Odilia, encolerizada, saca el arma del pecho de Otilia "Egoísta, siempre fuiste una egoísta", increpa a la moribunda y se entierra el cuchillo en el corazón, muriendo (o fingiendo que ha muerto), primero que Otilia, quien aún patelea. Finalmente, las dos, unidas en un furioso abrazo de muerte, quedan exánimes sobre el promontorio.
    El perfume de los cuerpos de mamá, Ofelia, Odilia y Otilia se ha apoderado de toda la región que ahora es un páramo encantador, pues los asquerosos pájaros, las sucias mariposas, las hediondas flores, las pestíferas yerbas y demás arbustos, junto con los inmundos árboles, han desaparecido, se han marchitado, se han ido avergonzados o han muerto, debido -con razón- a su inferioridad. Toda es inutilidad endeble y efímera, todo ese horror. Todo ese paisaje inútil, indolente, criminal, ha sido derrotado. Y la región es una espléndida explanada recorrida por un rumor extraordinario: el incesante ir y venir de cucarachas y ratones, el trajinar de los gusanos, el zumbido infatigable de los luminosos enjambres de moscas. Al compás de esa música única, bajo el influjo de ese maravilloso perfume, Onelia y yo seguimos girando alrededor del gran promontorio, y cuando (raramente) levantamos la cabeza es parta contemplar la llegada, el homenaje indetenible, voluntario, de las extraordinarias criaturas: ratas, ratones y más ratones, regias cucarachas de tamaño descomunal, lombrices de veloces y esplendentes figuras. Hemos abierto todas las puertas para que puedan entrar sin dificultad. y siguen arribando. En grupos. En inmensos escuadrones. En acompasado y magnifico estrépito se agolpan ceremoniosas junto a nuestros pies, y continúan hasta el enorme cúmulo sobre el que se abaten, configurando una montaña en perpetuo frenesí. Sólida nube que se ensancha, se eleva, se explaya. Siempre en perenne movimiento, en cambiante, rítmico, inquieto, sordo y único delirio. La gran apoteosis. En homenaje a mamá. Por y para mamá. Y ella en el centro, divina, recibiendo el homenaje. Aguardando por nosotros.
    Y hacia ti vamos, Onelia y yo, aún con energía suficiente (sin duda por ti, insuflada) para llegarnos hasta tu promontorio y, dichosos, ofrecernos. Con gran dificultad, Onelia logra abrirse paso por entre las maravillosas criaturas. Apartando ratas y ratones ensimismados en roer, provocando remolinos de moscas y cucarachas que imediatamente se posan sobre el sitio, hundiendo las manos en la fuente tumultosa que forman los gusanos, logra recuperar el cuchillo de mesa, me mira, temerosa de que pueda arrebatarselo. Emite un pequeño alarido jubiloso y, sin mayores tramites, se desploma sobre el gran tumulto. Las nobles cucarachas, las bellísimas ratas, los perfumados y regios gusanos, encabritándose, replegándose con giros magníficos la cubren al instante.
    Ha llegado el gran momento. El gran momento en que debo unirme a mamá. ¿debo? ¿dije debo? Quiero, quiero, ésa es la palabra. Finalmente puedo, hundiéndome en el torbellino de las alimañas... ¿alimañas? ¿cómo puede haber salido de mi boca tal palabra? Mi madre, ¿mi adorada madre, eso que ahí se mueve, puede llamarse acaso alimañas? ¿pueden ser alimañas esas criaturas maravillosas que me aguardan y a las cuales debo entregarme? Pero ¿otra vez dije debo? Cómo puedo ser tan miserable, cómo puedo olvidar que no se trata de un deber, sino de un honor, un acto voluntario, de un goce, de un privilegio. Con el enorme cuchillo entre las manos doy una vuelta alrrededor del tumulto que se repliega, expande y estremece tironeado por todas las alimañas... pero cómo, ¿otra vez he dicho alimaña? ¿y no me arranco la lengua? Sin duda, la felicidad que me embriaga al saber que pronto formaré parte dle perfumado promontorio me hace decir sandeces. Rápido, debo (¿debo?) apurarme. Un minuto más es una prueba de cobardía. Todas mis hermanas ya están ahí, junto a mamá, formando un solo conjunto maravilloso. Y tú, cobarde, sigues dándole vuelta al túmulto, con el cuchillo de mesa entre las manos, sin, de un valiente golpe, enterrártelo en el pecho. ¿qué esperas?

    Me detengo junto a las sacrificadas. Pero ¿Cómo es posible llamarlas sacrificadas? Me detengo, finalmente, junto al promontorio que forman mis dulces, hermosas y abnegadas hemanas inmoladas... Pero ¿Qué es eso de inmoladas, miserable? Me detengo frente al túmulo de mis cuatro hermanas consagradas. Con todas mis fuerzas aprieto el cuchillo, lo levanto contra mi pecho. Empujo. Pero no entra. Sin duda, tantas semanas girando alrededor del túmulto, sin comer, me han privado de todas las fuerzas. pero debo ignorarlo. Debo continuar. Debo terminar de una vez... Llego hasta la sala, invadida tambien por el perfume de mamá y mis hermanas. Abró la puerta del corredor que el viento había cerrado. Coloco el cuchillo entre el carco y la puerta que ahoraentrecierro de manera que el arma quede perfectamente firme y vertical, para poder lanzarme contra ella y que por sí misma se introduzca en mi cuerpo. Tal como una vez ví hacerlo a un personaje, en una pelicula que fui a ver al pueblo, sin que mamá se enterara... Recuerdo que era así: el personaje ponía el cuchillo entre el marco y la puerta. La cerraba. y se abalanzaba, suicidandose. Sin dejar (naturalmente) huella alguna en el arma... ¿Cómo se llamaba esa película? ¿Y sobre todo ella, la actriz? ¿aquella mujer tan hermosa a quien se le achacaba el crimen? ¿era su esposa? pero ¿cómo es posible que piense en esas tonterias, cuando ahí, en la habitación, está mamá aguardandome? Esperando, esperándome, junto con todas mis hermanas. Ya es hora... ¡Ingrid Bergman! ¡Ingrid Bergman! pero ¿Qué palabras son esas, maldito? Abro la puerta y el cuchillo cae al suelo. Más allá del inmenso arenal que antes era el patio y el potrero -la finca entera- se ven, en remota lejanía, las siluetas de algunos árboles y el cielo. Por un momento me vuelvo. Escucho el furioso trajín de todas als alimañas que roen ahí dentro. Me acerco y contemplo el espectáculo... ¡Ingrid Bergman! ¡Ingrid Bergman!, grito más alto, opacando el estruendo de las ratas y demás bestias. Ingrid Bergman, Ingrid Bergman, voy repitiendo mientras me lanzo al arenal, cruzo, cruzo ya el potrero, la inmensa explanada, y llego hasta los primeros árboles... Me gusta la peste de estos árboles; me encanta la hediondez de la yerba en la cual me revuelco. ¡Ingrid Bergman! ¡Ingrid Bergman! Me fascina el olor putrefacto de las rosas. Soy un miserable. No puedo evitar que el campo abierto me contamine. ¡Ingrid Bergman! Me golpeo, me vuelvo a golpear. Pero sigo arrastrandome por el bosque, apoyándome en los troncos, aterrándome a la hojas, embriagándome con las fétidas emanaciones de los lirios... Llego hasta el mar, me despojo de todas mis ropas y, definitivamente cobarde, aspiro la brisa. Desnudo, me lanzo a las olas que, sin duda, han de oler muy mal. Sigo avanzando sobre la espuma que ha de ser pestífera. ¡Ingrid bergman! ¡Ingrid Bergman! Y salto. Salto sobre la blanca, transparente -¿hedionda?- Espuma... Soy un traidor. Decididamente soy un traidor. Feliz

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No ma, es mucho, me tarde en leerlo, me duelen los ojos, deberia de estar durmiendo, pero valio la pena, me gusto mucho, jajaja las descripciones estan poca madre, creo k al final lo he decicido soy un tipo cansado con los ojos adoloridos.. desvelado. Feliz, pero creo k ahroa debo de unirme a mi cama para alabarla y unirme a ella en su honor, jaj wow te rifaste con esto danae, esta muy chido, camara me voy, rifadoo!!!^^
Atte: LordZombie (max)

Anónimo dijo...

Wow... triunfaste con este cuento, me encanto, tambien me gusto mucho tu fondo de moscas

Nix Galith dijo...

¡Veinte disculpas!
Fue de las primeras cosas que subí y mis dedos no eran tan hábiles hehe
Pero gracias por el recordatorio... ¡a editar se ha dicho! :)

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